FAMILIAS VASCAS QUE ACOGEN NIÑOS UCRANIANOS Y HAN VISTO LA ZONA RELATAN LOS EFECTOS DE LA RADIOACTIVIDAD Y COMPARAN DOS GRANDES CRISIS NUCLEARES
Concha Lago - Sábado, 2 de Abril de 2011
Es un Chernóbil a cámara lenta". En la sede que acoge a las familias de Chernobileko Umeak no se habla de otra cosa, de cómo Fukushima les recuerda a una tragedia que ellos reviven cada año en carne propia. La salida al exterior de plutonio procedente de los reactores de la central nuclear de Fukushima es una de la peores noticias que podían llegar. El yodo y el cesio no se ven, pero están ahí. La radiactividad en el mar y en las aguas subterráneas no deja de crecer... La alarma nuclear de Japón resucita el fantasma de Chernóbil 25 años después. El 26 de abril de 1986 explotó el reactor número cuatro de la central nuclear soviética, escupiendo a la atmósfera 6,7 toneladas de material del núcleo y depositando isótopos radiactivos sobre miles de kilómetros cuadrados.
El plutonio, que ha sido detectado esta semana en las inmediaciones de la central de Fukushima, acelera y agrava las comparaciones con Ucrania. De hecho, el plutonio es un material altamente tóxico y mucho más peligroso para la salud que los isótopos radiactivos del yodo y el cesio encontrados hasta ahora.
Aurora, de Chernobileko Umeak, cree que el mayor problema de Chernóbil es que aún no está suficientemente estudiado si va a ver alteraciones genéticas. "Nosotros traemos hijos de Chernóbil, no traemos a los que recibieron la radiación en su día, pero sabemos que el tiroides es uno de los órganos más afectados. Una tía de treinta años de una niña que suele venir falleció recientemente de cáncer porque las partículas se irradian a través de los pulmones, los huesos...", apunta.
¿Cómo es la zona de exclusión?
"Hay una valla y gente dentro"
"Hay una valla y gente dentro"
Aseguran que por todos los sitios se hallan secuelas y algún vecino afectado por el accidente. "Hay alrededor de 600 personas que viven en el área de exclusión de 30 kilómetros que está separada del resto del perímetro por una valla física. Gente mayor en condiciones de extrema pobreza", cuenta Aurora que ha visitado en varias ocasiones el área y que está convencida de que "Fukushima es ya un segundo Chernóbil". Enrique Angulo también cree que es un Chernóbil progresivo e imparable. "No han dicho la verdad porque querían evitar una huida masiva en un área tan inmensamente poblada", dice Belén Ugarte, su mujer, una pareja que trae a las mellizas Luda e Irina de 4 y 10 años.
¿Cómo llegan los niños?
"Yaroslav ganó ocho kilos"
"Yaroslav ganó ocho kilos"
Gracias a gente como ellos, o como Juan Antonio García, que trae cada año a Yaroslav de Irpin, los niños pueden descansar en verano en Euskadi, con buena alimentación y aire limpio, de la radioactividad que reciben allí durante el resto el año. "Yo creo que lo de Japón puede ser aún mucho peor. En Chernóbil solo un reactor se vio dañado, mientras que en Fukushima son cuatro los que presentan graves fallas", dice Juan Antonio, quien automáticamente empieza a hablar de Yaroslav, el niño de sus ojos. "¡Mira cómo llega!", dice enseñando un completo book fotográfico. "Aquí enseguida se le quita ese aspecto demacrado, ojeroso y gana peso. Un verano llegó a coger ocho kilos en dos meses y pico. ¡Alucinante!", asegura, mientras prepara ya su viaje a Irpin para visitar esta Semana Santa a Yaroslav. Los niños proceden de toda la zona de influencia de la central, como de Ivankiv, una de las aéreas donde la toxicidad es mayor.
No son los únicos en comparar esta alerta nuclear con la de 1986. Greenpeace afirma tajante que "lo que está pasando en Fukushima es tan serio como Chernóbil. Es crucial que las autoridades japonesas dejen de minimizar la amenaza que supone la contaminación".
Y si no, que se lo pregunten a esos niños que aterrizan con la piel lívida, muchas ojeras y con la
Los estudios más recientes hablan de una gran incidencia del cáncer de tiroides entre las personas que sufrieron una exposición a la radiactividad en su infancia o adolescencia, y también del incremento de la leucemia y otras enfermedades de la sangre en los obreros que participaron en las operaciones para mitigar la contaminación radiactiva. La mayor exposición al yodo se debió, por ejemplo, a la ingesta de leche, lácteos y verduras con hoja.
Aurora pone de manifiesto que la alimentación de los txikis es precaria. "Proceden de familias de un extracto social muy bajo y su alimentación es deficiente. Apenas comen pescado y carne, y casi nada de fruta porque allí es muy cara. Su alimentación básica se compone de patatas, calabacines y productos del campo como setas, que consumen muchas porque salen solas. Pero los suelos están muy contaminados y les decimos que no las coman porque pueden ser peligrosas".
¿Quién trabaja en la central?
"Trampean los medidores"
"Trampean los medidores"
Eduardo Mínguez, otro de los padres de acogida, viajó en setiembre del año pasado e hizo la visita guiada a la central y a la zona 0 sin ninguna protección. Todavía hoy, cientos de personas entran cada día en el área de exclusión para vigilar la zona y continuar los trabajos de limpieza, actividades que deberán continuar al menos medio siglo más. "En la ciudad de Chernóbil, a 10 kilómetros, todavía hay actividad, en la central trabajan policías, militares, bomberos, todos con muchos descansos para no acumular radioactividad, pero trampean los medidores y trabajan más días porque allí no hay paro y si no trabajan, no comen". Y es que la obsesión de Mínguez es el milisievert, la unidad de radiación utilizada para medir una dosis media sobre los tejidos del cuerpo, y con frecuencia la medida usada en los estudios de los trabajadores expuestos a los rayos gamma.
La ciudad de Pripyat, a tres kilómetros, antaño un enclave pujante, es ahora una ciudad
Jon Llona expresa desde Zamudio, la necesidad de que construyan cuanto antes un nuevo sarcófago. "Todos estamos preocupados por lo que todavía sucede allí dentro porque aquello es una bomba de relojería. El monstruo está vivo, aunque pueda parecer que está aletargado, todavía conserva en su interior un inmenso poder destructor ". Lo dice preocupado por el futuro de Nikita, el niño de diez años que suele traer de Irpin.
"Las personas que viven en aquella zona 0 prefieren no hablar de lo ocurrido. De hecho, muchos son todavía trabajadores de la central y otros tienen historias muy emotivas". Y rememora la de Mijail, de 72 años, y su esposa. Él, maestro de música, y su mujer, profesora de matemáticas en la escuela de Chernóbil cuando ocurrió el desastre, y ahora dos olvidados del mundo.
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